Conduces por la carretera y ves un cartel que pide donaciones para un niño con cáncer. “Esta pobre familia”, te dices. Pero piensas que nunca te pasará a ti. Un anuncio sobre el cáncer infantil aparece en tu programa favorito. “Esto es demasiado duro de ver”, piensas mientras apagas el televisor y miras hacia otro lado. Te sientes mal por las familias del anuncio, pero piensas que nunca serás tú. Un día ves en la tienda un niño sin cabello y con portacat. “Y piensas, eso es muy triste”. Pero nunca serás tú. Estás en el pediatra con tu hijo porque tiene fiebre y algún dolor en las piernas. Cuando caminas hacia la sala de espera, aparece un niño con cáncer que sube en el ascensor hasta el piso de oncología pediátrica. “Pobre niño”, piensas. Pero nunca serás tú. Pero cuando el médico te vuelve a llamar y examina a tu hijo, te mira a los ojos y te dice: “Tenemos que hacer más pruebas, me preocupa el cáncer”. Cuando dice esto, primero lo questiones. Estás tan impactado porque NUNCA habías pensado que podrías ser tú. Pero cuando vuelven a hacer las pruebas, eres tú, que necesita donaciones para su hijo. Eres tú quien necesita que la gente preste atención a los anuncios sobre cáncer infantil. Tú le dices a tu hijo que la gente de la tienda de comestibles no lo mira fijamente. Eres tú quien lo acompaña en el ascensor al piso oncológico pediátrico. Esto. Es. Sucede cada día. Sólo porque no hoy seas tú, no significa que no seas tú mañana. El cáncer infantil no se puede prevenir.
